Las muecas del espejo

                Las muecas del espejo.

  En un Blog de Psicología, que habré leído no recuerdo cuándo, tomé estas notas que ahora regurgito, pues soy un rumiante del pasado:

  "La identidad es el sentimiento de mismidad personal, traduzco( condición de ser uno mismo), o sea el conjunto de cualidades esenciales que distinguen una persona de otra. Cada cambio en la vida modifica la actitud vital y la persona comienza a comportarse de manera diferente. Los problemas de identidad alcanzan el sistema inmunológico y una identidad lábil, traduzco( poco estable), expresa esa condición también con el cuerpo. La falta de firmeza en las convicciones también se manifiesta - con la forma de pararnos, de dar la mano, con el volumen de nuestra voz o la marcha. Así nos identificamos"

   Pensarán ahora ¿A qué viene esta larga definición?

  Veamos. Y por favor confíen en mis palabras, les habla quien ha cambiado tanto en los últimos 40 años que mi rostro sería irreconocible en el espejo si no fuera porque me veo cada mañana al asearme, y sinceramente, no extraño la cara del tipo cambiante del otro lado, que soy yo. Ja,ja,ja, un rostro irrecomponible... Pero esto no es broma, no. Cambié tanto que ha sido la causa de esta Nota, traduzco(escrito breve, no borrachera) en donde expongo tres sucesos personales pero adaptables al prójimo, a los lectores de esta página, ya que muchos de ustedes seguramente soportaron el agravio de ser extraños ante alguien que alguna vez fue su cúmbila - socio - manao - broder - traduzco(compañero inseparable, amigo) aunque lo mío sea apoteósico, en firme. Decía más adelante el artículo:

  "Los cambios en la conducta son la punta del iceberg, traduzco(pedacito de hielo flotante que por debajo es zangandongo) porque también internamente esa nueva circunstancia no deseada o esperada puede alterar los tejidos y los órganos(aquí es dónde encajo) porque cada pensamiento es también una molécula" Jajaja...me pintó el analista, y sigan leyendo que a ustedes los anda dibujando. Voy al asunto y se verán reflejados en la cuita.

  Unas décadas atrás, allá por los mil novecientos sesenta, tres amigos, uno de infancia y dos en la plena juventud, dejaron mi pueblo de Mayarí, Cuba, y arribaron a las costas de Estados Unidos como inmigrantes. Sentí la ausencia, lo confieso, pero como el ausente se parece mucho al difunto, los enterré en la memoria. Apenas abrieron los Vuelos de la Amistad, regresó uno de ellos. Fuimos a verlo, más que verlo, al menos yo, fuí a desenterrar el pasado, revivir aquellos estupendos días de la puericia, traduzco(edad entre los siete años y catorce) recrear nuestros juegos, oler en su patio la semilla del cedro, saborear el ácido-dulzón del tamarindo. Frente a él quedé ensimismado, de contentura. Él era el mismo. Aquellos ojos redondos e inteligentes, los ojos del pasado actualizado, no me reconocieron, ni siquiera cuándo su mamá silabeó mi nombre con cierta tristeza o congoja - es Wicho, tu amigo - dijo ella, en vano. Qué dolor se siente, compay. Es una bala que pincha como alfiler pero al salir hace un boquete de cañón.

  Otro de mis amigos, a quien veía casi a diario porque me gustaba mucho sus descargas al piano y cuando interpretaba aquellas melodías de la década prodigiosa, las del 60, regresó al terruño. Jubiloso llegué a la casa del viejo piano, de aquellas tardes sublimes, con su voz de barítono y cierta ronquera simulada o natural que para entonces semejaba un artista irreal, bueno, para mí era fantásticamente auténtico. A pesar de que siempre la musa Calíope lo acompañó para deleitarme con la música, Mnemosine, diosa de la memoria y madre de las 9 musas no vino en el viaje. Miró con ojos nuevos, cegatos los del pasado, y no me reconoció entre los que fuimos a pesar de pronunciar el nombre de cada uno como lista de maestro. El mío, Wicho, fue excluido, y no me salió de adentro, del pecho doblemente herido, presentarme. Me retiré con un dolor indecible, que aún a la distancia de ocho lustros, quebranta.

  Al igual que ellos émigré a las tierras de Norteamérica muy apropiadas para emigrantes. Dicen en Cuba que los olvidadizos probaron Cocacola. No quise beber el refresco embotellado nunca, porsi. Un día mientras entraba a una gasolinera en Hialeah reconocí al tercero(EPD). Estaba gordo y estaba viejo, pero igualito, digo, según mi parecer o visión. Y no deseé repetir la historia porque otra bala por el mismo hueco dejaría lisiado el concepto de amistad - Soy Wicho, coño...¿no me conoces? - dije y lo abracé -¡Ah! - sorprendido él - Wicho, claro que te reconozco - afirmó, y menos mal que dijo esas palabras aunque noté la mentira piadosa, porque su frialdad me hizo sentir alienígena, pero al menos pareció social su actitud...

  Ahora bien, acabemos. Un recuerdo es una huella. ¿Una huella? ¡Ñooo! ¿No he dejado marcas notables en toda mi vida? Qué infecundo, suponiendo que mía fuera la culpa, o de la imagen mutante . ¿Tantos cambios sufrió mi semblante? En ese caso, Dios, por favor (esto es una petición explícita) tú que fuiste emigrante, que aceptaste la crucifixión para redimir nuestros pecados, que realizaste milagros, para que finalmente muchos desagradecidos te desconozcan(en tal caso hermanamos y por eso el tuteo) te pido, no seas olvidadizo, no vayas a ignorarme ahora ni al final del túnel. Soy yo, Wicho, quien de jóven o de viejo ha pretendido ser el mismo o igualito al tipo del espejo que todos los días me hace muecas.