Curiosidades Mayariceras

TRES CURIOSIDADES MAYARICERAS:

1-Mayarí tuvo corridas de toros. Sí, corridas de toros, en cuyos lances se destacaron algunos gaitos aplatanados y ningún criollo se atrevió a enfrentar los tarros que por supuesto le traía ingratos recuerdos con sus mujeres. La plaza de toros tuvo poco éxito y escasos seguidores, y como en Juan Quinquín en Pueblo Mocho, acabó sin glorias ni memorias. Se toreaba en los terrenos que luego establecería su tienda Colo García, calle Leyte Vidal y Máximo Gómez, antiguas Calle San Gregorio y Beltrán

2-El parque Martí, mal llamado de tal forma, pues en realidad se bautizó como parque Leyte Vidal, fue construido por las fuerzas de ocupación norteamericana luego de la derrota española en la Bahía de Nipe(1898). Se asentó en los terrenos de la familia Mastrapa-Leyte Vidal, y allí se plantó el torso del General Arcadio en 1915. En dicho parque crecieron altos y robustos muchos laureles que daban una sombra refrescante a los vecinos en los días bochornosos del verano. Pero eran tantas las auras tiñosas que en las tardes ocupaban sus copas que practicamente era imposible permanecer sentado en las noches sin que un aguacero de petulantes desechos cayeran sobre las cabezas de los visitantes. Fue necesario crear un puesto de trabajo algo novedoso y simpático, en seción extraordinaria del Ayuntamiento. El empleo lo ocupó un señor de piel morena y decenas de años. Su labor comenzaba al caer la tarde y consistía en espantar las auras con un largo palo que tenía en la punta una lata atravesada por un clavo amarrado a un curricán. El tipo jalaba el curricán y con el roce del metal metía un ruido tan espantoso que hacía volar las susodichas intrusas en estampida. Tiempos después a un politico sesudo se le ocurrió disminuir gastos municipales y talaron el frondoso bosque de laureles. La ignorancia es peor que el hambre-dijo Balsac.

3-Hace mucho en Mayarí los barberos eran los sacamuelas. En el pueblo existió uno, cuyo nombre se perdió para siempre por la mala memoria pueblerina, que extraía las piezas careadas usando unicamente sus dos dedos, pulgar e índice, que como garfios se agarraban y con una fuerza y presión poco común estremecían la raiz y jalaban a puro gritos de dolor.